Con 13 años, Inge de Bruijn optó por concentrarse únicamente en nadar. Desde hacía tiempo sus entrenadores estaban impresionados por su facilidad para aprender y aceptar las directrices que recibía. Y porque desde su primera participación en un torneo, siempre estaba obsesionada con ser la mejor.
En 1996, la holandesa se clasificó para disputar los Juegos Olímpicos de Atlanta, pero al final decidió no participar: su motivación y deseo de ganar -dijo- no eran suficientes. Dos meses antes, su entrenador le había llegado a decir que lo mejor para ella podría ser incluso la retirada.
La nadadora vio los Juegos de Atlanta por televisión, derramando más de una lágrima al verse a si misma fuera de la gran cita olímpica. Sin embargo, De Bruijn dio un vuelco a su carrera y a su vida cuando conoció a Paul Bergen durante unos entrenamientos en 1997. Al estilo y la personalidad de su nuevo preparador debe la campeona olímpica haber podido escribir sus páginas más brillantes en la historia de la natación, que culminaron con sus medallas en Australia.
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